El Mochuelo en Chalán, tierra de sueños verdes
Quinto Vuelo del Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de Maria por prinera vez en Sucre
Crónicas montemarianas. Por Diana María Molina – CCMMaL21
No se imaginan lo que es abrir una casa de Memoria cuando el conflicto no se ha ido de la región. Pensarse un museo Itinerante lejos de las grandes capitales, con, para y por los campesino. Sentir la valentía de la gente arropando sus procesos memoria y la poderosa raíz cultural que los sustenta.
Cuando llegamos llovía y no se veía un alma en las calles. Cruzando la puerta encontramos que el equipo aún se agitaba en los últimos detalles, cableado, luces, recoger herramienta, organizar el patio, sacar las sillas, pasar el plumero, ubicar las listas de asistencia, el alcohol, el gel el termómetro. Todos iban y venían, llegaban los músicos con sus instrumentos, se maquillaban las bailarinas, se acomodaba alguna ficha técnica, se ajustaba el sonido.
Llegaron las cinco de la tarde y se fue la lluvia abriendo paso a un atardecer azul y rosa. Las puertas de las casas empezaron a abrirse. Salieron con la pinta dominguera, porque era domingo, pero también porque hace mucho no se encontraba la gente en un evento público. Al silencio largo y doloroso de la guerra se sumó el de la pandemia.
Adentro de la casa, a puerta cerrada, estaban los mochuelos constructores, los músicos y los bailarines. El primero en entrar antes de abrir al público fue el sacerdote, un hombre moreno y adusto que recorrió la exposición en silencio. Cuando me acerqué para saludarlo y pedirle que pusiera su nombre en la asistencia vi sus ojos profundos húmedos y conmovidos. No pude más que decirle: gracias Padre por estar aquí. Luego llegaron amigos y artistas aliados que venían desde Montería, desde Sincelejo, desde Santa Marta. Abrazos, alegría, fuerza. Mientras tanto afuera, las sillas se fueron llenando, llegaron primero los niños, luego los muchachos, y los mayores.
El sacerdote abrió el acto dando la bendición a esta casa, orando por la paz, por la memoria, y porque no se repita lo vivido. Hablaron los muchachos de Chalán, los creadores del Bonche, hablaron los líderes, habló Soraya Bayuelo, Premio Nacional de Paz 2003 y gestora del Museo Itinerante de Memoria el Mochuelo. Finalmente, se abrió la puerta de la Casa de Memoria y Escuela Popular El Bonche. Se hizo una fila para entrar en grupos pequeños, un hombre prendió una vela y vienen varias mujeres a poner sus manos para que el viento no la apagara. En el vestíbulo nos recibe un audio poderoso que cantado en décimas da la bienvenida: «Hay momentos en la historia, cómo pasó en mi región, se instala la sinrazón masacrando la memoria, y se entroniza una historia humana con su crueldad, se pierde la identidad, la palabra es silenciada, la gente es asesinada en medio de la impunidad, que el mundo ya esté enterado y que este horror no se repita, que la barbarie descrita, ya sea cosa del pasado, ahora estamos empeñados en recuperar la historia, en resaltar la memoria y la identidad perdida y la palabra y la vida como acción obligatoria, y como tal deseamos resaltar la identidad, la palabra y la verdad, ahora un museo creamos, así como lo soñamos como ave de nuestro suelo, que repare con vuelo nuestro proyecto de vida, les damos la bienvenida a este viaje del Mochuelo»
Los niños se fascinaron con la narración animada del Mochuelo, la Morrocoya y el Ojo de Agua. Se asombraron con el árbol de la vida y lo rodearon. Los adultos estaban solemnes y serios, ante la línea de tiempo, su mente voló al pasado y la mirada se nubló, pero al rescate viene la décima, la retahíla, el retrato, el hombre que trae la vela en la mano toma la palabra para hablar del juegos que ya no se juegan, es bajito, ancho, moreno y trae una gorra, tiene tanta tristeza como gracia y termina sacando sonrisas a todos. El público recorre las cuatro salas del Museo y va saliendo al patio, en el que casualmente hoy, ha florecido el bonche, es un bonche pequeño que apenas nos llega a la rodilla, pero ostenta su flor roja recién abierta que aún tiene gotitas de lluvia. Todo es un augurio de esperanza. El patio es grande y de tierra y su lado hay un auditorio que se va llenando poco a poco mientras suenan los primeros golpes del tambor y el lamento de las gaitas. Una niña pequeña rompe la formalidad y se lanza al ruedo a bailar con infinita gracia, varias parejas la siguen y por un momento hay una pequeña fiesta. Ya vienen con otro baile, algo más contemporáneo y todos nos sentamos para ver, la música suena nueva, pero, cuando las vemos bailar se siente la fuerza afro, se siente la libertad.
Ahora, crece un fuego en el patio y nos dicen que ha llegado el maestro. Vamos todos al patio bajo las estrellas y es aquí dónde habla el acordeón, donde la voz curtida de un mayor clama y celebra, es el rito milenario de cantar al lado del fuego los dolores y los anhelos, es el alimento que reconcilia, que nutre el alma adolorida y valiente del pueblo Monte mariano. Cuando el maestro termina, solo restan los abrazos.
Así fue la inauguración y en adelante viene una filigrana de programación cultural y pedagógica en este nuevo lugar de la memoria. Desde mañana el Mochuelo se acompaña del Colibrí, que es como hemos llamado al cineclub que estrenaremos mañana.
Chalán Sucre, catorce de marzo del 2021.
Imágenes de la apertura al público, entre otras secciones, el Árbol de la Vida que contiene los nombres de los ausentes y la línea de tiempo, en la Sala 2.