Entre el tabaco y la ganadería, los cimientos de las nuevas élites locales. (1880-1920)*
Debido a las fluctuaciones que presentaba el cultivo del tabaco para la exportación y los mercados mundiales, las crisis generadas por los precios y la competencia desde los nuevos países exportadores de este productos, sumado a la readecuación de las tierras y a la concentración de las mismas por parte de las élites locales, que siempre vieron en la ganadería una alternativa de palear las dificultades presentadas por la agricultura de exportación enfrentaron,
(…) Otra guerra entre colombianos que ha sido poco reconocida y menos estudiada: aquella por las herencias, que resultó en subdivisión de las productivas fincas y haciendas originales. Ocurrieron conflictos, abusos de confianza, engaños y asesinatos entre socios, parientes y amigos producidos por los celos, la envidia la codicia y el afán de lucro de las nuevas clases pudientes (los “emergentes”). Como sucedió en El Carmen, cuando: se desató una interminable vendetta entre las pudientes familias de los Frieri, Torres y Martínez que llega hasta hoy[1].
Promover la ganadería y diferenciarla de la producción de tabaco, provocó la incorporación de nuevas técnicas segregacionistas en cuanto al acceso a la tierra de igual manera que en otros lugares de la costa Caribe como lo sucedido entre 1880 y 1900, en donde un “nuevo elemento técnico se hizo presente para favorecer este desarrollo desigual: la adopción del alambre de púas,… amenaza contra todos los pobladores del campo por permitir cercar y monopolizar tierras comunales y playones antes accesibles a todos”[2].
En síntesis, para las elites del Estado de Bolívar, la política, la guerra y la inestabilidad no eran necesariamente malas amigas de los negocios como han expuesto para otros contextos otros autores. En Bolívar sucedía todo lo contrario. El déficit fiscal, los conflictos y levantamientos armados eran las formas habituales de reproducir un orden que descansaba sobre las bases locales. El mantener o el alterar el orden público fue una de las tantas estrategias para conseguir prebendas del Estado. Si lograban mantener su autoridad, podían, a su vez, esperar el reconocimiento de sus jurisdicciones por parte de los agentes del Estado. Por la incapacidad fiscal y la debilidad institucional, el monopolio de la violencia estaba en las manos de los gamonales y caciques locales y provinciales[3].
Por tales motivos no es de extrañar que, “hacia los años veinte, el avance del proceso de concentración y acaparamiento latifundista de la propiedad privada de la tierra apta para el cultivo del tabaco, se dinamizó por la expansión ganadera que conllevó la expansión de la frontera agraria. Esto condujo a que gran parte del denominado “pueblo cosechero” perdiera la posibilidad de acceder al uso de terrenos propios o a la posesión y uso de baldíos adecuados para el cultivo. Así, empieza a tomar auge, en la región de El Carmen, un particular sistema de arrendamiento que podríamos llamar de “tierra por pasto”, que tipifica un cierto maridaje entre ganadería y tabaco. A través de esta relación, el campesino o cosechero, en virtud de un contrato por lo general verbal, obtiene el uso de la tierra “arrastrojada” (o sea convertida en rastrojo, lo que quiere decir barbecho) del terrateniente-ganadero por un término comúnmente de dos años; con el compromiso de devolverla convertida en potrero (o sea sembrada de pasto para el ganado)”[4].
Las evidencias históricas, entre mediados del siglo XIX e inicios del XX nos señalan un proceso de configuración regional territorial en cuanto a la tenencia y acceso a la tierra cada vez más desigual, que se constató de manera dramática.
Este proceso social, político y económico que se dio entre finales del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX dejó en claro algunas enseñanzas, para las élites regionales indicó: que si bien crecer económicamente tenía que ver muchas veces con el conocimiento, producción e incorporación a los mercados de consumo internacionales y para lograr este objetivo tenían que abrir espacios, compartir sus esferas de poder y vincular socios de origen extranjero (principalmente de los países y mercados en donde se fomentara la producción y exacción de los productos locales), también demostró que dichas posibilidades de enriquecimiento eran tan solo coyunturales, de ahí la necesidad de establecer fuentes alternativas de beneficio para garantizar el control y mantenimiento de su statu quo, tales como la acumulación de tierras, el fomento de la ganadería y la perpetuación de sus poderes políticos para avalar sus prebendas y el sometimiento de los otros sectores de la sociedad, principalmente los campesinos.
Para los sectores campesinos este mismo proceso señaló: la importancia concreta de tener una relación clara con la producción agrícola, el conocimiento de los ciclos productivos que caracterizan a sus tierras, el respeto debido y necesario para mantener espacios determinados de sostenibilidad alimentaria independiente de los factores externos, la promoción y mantenimiento de formas de relacionamiento que garantizaran su supervivencia y por supuesto, la actitud resistente frente a los sectores dominantes, unir esfuerzos con el objetivo de hacer respetar sus derechos y mantener vivas sus apuestas por la vida y sus formas de relacionamiento con la tierra y la culturas históricamente conformadas.
[*] Este capítulo se hizo con el apoyo investigativo del historiador y sociólogo Diego Escobar, coinvestigador de este estudio y miembro del Área de Investigación del Colectivo de Comunicaciones Montes de María.
[1] Ídem. Pág. 100 y 101. Las cursivas son nuestras.
[2] FALS BORDA, Orlando. Op. Cit. P. 95.
[3]Ganaderos y comerciantes: el manejo del poder político en el Estado Soberano de Bolívar (Colombia), 1857-1886. Sergio Paolo Solano, Roicer Flórez Bolívar y William Malkún. Pág. 34.
[4] Op. Cit. BLANCO Romero. Wilson. HISTORIA DE EL CARMEN DE BOLÍVAR Y SU TABACO EN LOS MONTES DE MARÍA. SIGLO XVIII-XX. Pág.192.