Por : Laury Cantillo. Mochuela Cantora y Comunicadora Social / Unidad de Comunicaciones Corporación Colectiva de Comunicaciones Montes de María Línea 21 (CCCMMaL21).
Conmemoración del 25º Aniversario de la Masacre de Capaca, Campo Alegre, El Bongal y el Delirio
Zambrano en un párrafo
En Zambrano, un municipio de Bolívar, el primer barrio que te recibe es La Paz, un nombre irónico, pues este es fruto del desplazamiento forzado por el conflicto armado Colombiano. Luego, como en todo municipio de la costa, el solazo y el fogaje se hacen presentes y prenden desde la mañana hasta que bajan en la tarde. Al bajarte, atacan los mosquitos, quienes no tienen clemencia con nadie. Quizás, por eso el árbol que se puede encontrar en 4 de cada 5 terrazas zambraneras es el Neem, que se usa como insecticida natural. Pero, por último, y lo que te hace olvidar lo demás, es que te acoge su gente con una sonrisa de oreja a oreja y con los brazos abiertos, a pesar del calor. Zambraneros que han nacido en este territorio o que se han hecho zambraneros por las circunstancias, pues, esta tierra y su gente te da la bienvenida con humildad y por eso ha sido el refugio de muchos sobrevivientes a la violencia de los Montes de María.
25 años de dolor y memoria
Sin embargo, la alegría de hoy contrasta con el dolor del pasado. Hace 25 años, Zambrano fue testigo y acogió a la mayoría de sobrevivientes de una de las masacres más invisibilizadas en los Montes de María que desplazó a un aproximado de 23 familias o más, nos cuentan los sobrevivientes: la masacre de las veredas Capaca, Campo Alegre, El Delirio y El Bongal. Además, los habitantes de este municipio aseguran que en los días siguientes a la masacre se podía encontrar al menos dos personas asesinadas en las calles zambraneras o por la vía a El Carmen de Bolívar. Quizás por eso cuando preguntas a los locales sobre el número de víctimas, las respuestas varían mucho. Algunos dicen que fueron once, otros que quince y otros que dieciocho o incluso aseguran que hubo personas que fueron desaparecidas en ese suceso, por eso para David Noguera, un joven presente en el evento, esta cifra es una cifra “entre comillas”. Aun así, en el registro único de víctimas se contabilizan 11 víctimas fatales, las noticias aseguran que fueron 12, pero la comunidad y sus familiares confirman que fueron 18 entre asesinados y desaparecidos.
Por eso, cada 16 de agosto, bajo el Acuerdo Municipal 008 de 2009, que estipula que cada año la municipalidad debe rendir homenaje a la memoria de las víctimas de este doloroso hecho, se lleva a cabo la conmemoración. Según Doris Tejada Rodríguez, enlace de la Mesa de Víctimas Municipal de Zambrano, “este es el único acuerdo municipal que institucionaliza el Día de las Víctimas a nivel nacional. Zambrano tiene su propio Día de las Víctimas del conflicto armado, aprobado por el Consejo Municipal”.
Este año no fue la excepción y los pobladores se dieron cita a las 8 de la mañana en las letras enormes que avisan a los forasteros que están pisando Zambrano. Bajo el tremendo sol bolivarense, comenzó la conmemoración con una caminata encabezada por la banda de paz de los colegios Erasmo Donado Llanos y el colegio Técnico en informática Aníbal Noguera Mendoza, seguida por los sobrevivientes, algunos cargando fotografías de sus seres queridos con mensajes “Tus familiares y amigos recuerdan la felicidad y la sonrisa que tenías al ver el campo y la naturaleza que el conflicto nos quitó”, dice un cartel con una foto en blanco y negro de María Bolaño Causado, una de las 18 víctimas. Otros portan pancartas de protesta: “Los moradores de La Esperanza, conocida como Capaca, Bongal, El Delirio y Campo Alegre, queremos la reparación por justicia y paz del Tribunal Superior del Distrito Judicial para la Paz” y “Los sobrevivientes de la masacre de Capaca y las comunidades queremos la reparación colectiva, sujeto colectiva, familiar e individual”. Estas palabras están plasmadas en las pancartas sostenidas por una mujer y un abuelo que caminan con la vista perdida.
Mientras caminas por las calles de Zambrano, algunas destapadas, otras son barriales y otras enmendadas con cemento, te encuentras con rostros que reflejan el paso del tiempo. La mayoría están envejecidos, con un mar de canas y algunas manchas, quizás fruto de la constante exposición al sol. También hay rostros más jóvenes con el asomo de las primeras arrugas. Sin embargo, ves también rostros infantiles, casi impolutos, que a primera vista no parecen haber vivido o visto nada grave aún. Cada uno de estos rostros lleva su respectiva sonrisa, a pesar de su pasado lleno de dolor. Un dolor que persiste en sus ojos: en las madres que aún esperan a sus hijos, en los hijos que nunca volvieron a sentir los brazos de sus padres, en los hermanos que nunca volvieron a jugar juntos, en las amigas que nunca volvieron a contarse secretos, y en las mujeres que nunca volvieron a besar a sus esposos. Incluso en los niños, quienes a pesar de no comprender aún la barbarie vivida por sus padres y abuelos, reflejan algo así como un dolor heredado en sus miradas.
Bajo las alas de El Mochuelo
El sonido de tambores, platillos, liras y trompetas se escucha cada vez más cerca al Centro de Integración Ciudadana Nuevo Horizonte, el lugar destinado para la conmemoración. Esta cancha, algo desgastada por el tiempo, no solo es el escenario para la conmemoración de los 25 años de la masacre de Capaca, sino que también ha sido el nido del MIM El Mochuelo en su décimo vuelo en Zambrano. Durante 10 meses, El Mochuelo se ha resguardado aquí, y en este 16 de agosto extendió sus alas a los sobrevivientes, dándoles la bienvenida a su nido.“En su décima itinerancia, el Mochuelo nos brinda la oportunidad de que nuestras memorias se vean representadas. Desde el inicio, decíamos que no veíamos a Capaca porque ha sido una de las masacres más invisibilizadas de los Montes de María. Hoy, el Mochuelo está logrando que esta masacre sea conocida no solo en Zambrano o en los Montes de María sino también a nivel nacional e internacional, la verdad es que le damos las gracias a este Mochuelo porque nos ha apoyado muchísimo en procesos de construcción de memoria y tejido social en el territorio” nos comenta Doris Tejada, lidereza y enlace municipal de víctimas.
El alcalde del municipio de Zambrano Gabriel Murillo Argel también agradeció el acompañamiento y la colaboración del Vuelo de El Mochuelo este día de la conmemoración y espera contar con su canto en el futuro “El Mochuelo ha despertado la cultura y ha ayudado mucho a los jóvenes a interesarse en la fotografía y el cine”
Todo Montes de María sostiene el Dolor de zambrano
Las bandas de paz entran en la cancha, seguida de los sobrevivientes quienes se percatan de que ya hay personas esperando en el lugar. Al verse, comienzan a abrazarse y a saludarse con alegría, tal vez después de mucho tiempo. ya que algunos asistentes vienen desde El Carmen de Bolívar y de otras partes de los Montes de María: “¡Ah, mija, menos mal viniste!” se escucha seguido de un cálido abrazo. También se intercambiaban preguntas como “¿Dónde estás viviendo ahora?” y “¿Cómo está la situación por allá?”, pues los sobrevivientes no solo huyeron a Zambrano; algunos tuvieron que irse aún más lejos.
Además, al evento asistieron sobrevivientes de otras masacres con la motivación de acompañar y abrazar a Zambrano en su dolor, provenientes de lugares como del corregimiento de Las Palmas en San Jacinto, o incluso de El Salado. “Yo vengo de El Salado, Bolívar, donde la situación fue muy crítica, pero ya estamos retornando. Estoy aquí porque considero que recordar estos eventos nos ayudará a colaborar con la no repetición,” asegura una de las asistentes al evento.
Se van acomodando en las sillas de plástico dispuestas para el evento, frente al altar erigido en honor a las víctimas. En letras enormes y azules se lee: “Uno se muere cuando lo olvidan”, rodeado de mensajes de aliento y reflexión para las víctimas y sobrevivientes. “Los recuerdos viven en nuestra memoria por siempre” y “Las víctimas de Capaca están presentes en nuestros corazones” son algunas de las palabras plasmadas en el enorme cartel, rodeado de flores blancas. El cartel está adornado además con un tocado de flores naturales una velas en color amarillo, rojo y verde; y una cruz, símbolo de sacrificio y esperanza.
Las bandas escolares se detienen por un momento para acomodar los instrumentos, secarse el sudor y tomar un trago de agua. Mientras tanto, los invitados especiales se sientan en la mesa principal, de igual manera adornada con flores. Esta mesa está conformada por Delegados de la Gobernación de Bolívar, el alcalde de Zambrano, Gabriel Murillo Argel; la Primera Gestora Social del municipio de Zambrano, Esthefany Aragón; el Secretario de Paz, Víctimas y Reconciliación, Iván Sanes; la coordinadora de la Mesa de Víctimas, Rosina Martínez; el profesor e investigador Jaime Santamaría, representante de la Unidad de Restitución de Tierras; el director de la ESE Germán Martínez; y Aura Camargo Mercado, representante del Consejo Nacional de Memoria Histórica,
“Zambrano va a sembrar en toda la avenida el árbol de la memoria, con tejidos de la vida. Los hijos de Zambrano merecen vivir en paz y cultivar su tierra libre de violencia,” dice con firmeza la señora Carmen Ordoñes, lideresa del municipio antes de ser interrumpida por el presentador del evento, quien se dispone a explicar detalladamente la razón del evento y el cronograma del día.
Se inicia la conmemoración
“Zambrano, 16 de agosto de 2024. Sean todas y todos bienvenidos a los actos de conmemoración del 25 aniversario de las masacres de las veredas Capaca, Campo Alegre, El Delirio y El Bongal en el municipio de Zambrano, Bolívar, ubicado en la margen izquierda del río Grande de la Magdalena, en los Montes de María. Este acto, que se ha denominado ‘Resistencia, Justicia, Reconciliación y Paz’, ha sido preparado conjuntamente por la Alcaldía Municipal, con el apoyo del Consejo Nacional de Memoria Histórica, la Organización de Víctimas, la Mesa de Víctimas y familiares de sobrevivientes, así como por organizaciones sociales comunitarias, mujeres campesinas, culturales y, especialmente, los colectivos de niños, niñas y jóvenes de Zambrano que vienen acompañando los procesos de construcción de una cultura de paz. Igualmente, contamos con la colaboración del MIM El Mochuelo que anima la Corporación Colectiva de Comunicaciones Montes de María Línea 21. Este acto se realiza en honor a las víctimas. Buenos días nuevamente y sean todos bienvenidos.”
Como en todo acto, se abre con los respectivos himnos. Todos de pie y con la mano derecha en el corazón, primero se entona el himno nacional de Colombia, interpretado por la Banda de Paz del Colegio Erasmo Donado Llanos, y luego el himno de Zambrano, interpretado por la Banda Marcial del Colegio Aníbal Correa Mendoza.
“Oh Zambrano, Zambrano querido,
Sois fuente de un riego ideal,
de ambiente amoroso y tranquilo, sincero,
pujante y sin par.
Eres patria para todos iguales,
tierra hermosa para trabajar,
bonanza que busca tus lares
con afecto y completa lealtad.
Oh Zambrano, mi pueblo querido,
por eso te amo y te quiero,
por tanto yo nunca te olvido,
sois luz, mi vida, mi pueblo.”
Estas palabras retumban con fuerza y se cantan con orgullo. Es evidente que el himno describe de manera idónea lo que Zambrano representa para su gente.
Luego, como dice el presentador, “como debe ser en todo acto,” se inicia con una oración encomendando el evento a Dios. Esta oración es ofrecida por el presbítero Leonardo Rodríguez, párroco de la parroquia de San Sebastián de Zambrano.
«Leyendo esta frase que tengo aquí frente a mí —’El amor es más fuerte que la violencia’— resume el sentido de la vida cristiana. El amor vence al odio; el amor vence al odio. No podemos triunfar sino con la fuerza del amor. El amor edifica, construye, une; mientras que el odio y la violencia desintegran, dispersan y matan. Por eso, Cristo muere en la cruz, no como un fracaso, sino para darnos un signo de esperanza. Él muere pero resucita, y la resurrección simboliza la capacidad del ser humano para levantarse en medio del fracaso. Esta capacidad, que llamamos resiliencia, desde la fe la llamamos esperanza. Si hay fe, hay esperanza. Lo último que podemos perder es la esperanza.» fueron las palabras de apertura del párroco seguido de un padre nuestro para luego bendecir a todos los presentes y terminar la oración.
“Ustedes disculpen, ya llevamos un rato de pie, pero para el siguiente punto les agradecemos nuevamente que se coloquen en pie. Vamos a hacer un minuto de silencio en conmemoración a nuestras víctimas. Este momento será precedido por el licenciado Ramsés Hadechine.” dice el presentador y comienza a sonar la trompeta.
Luego del minuto de silencio se continúa con la lectura del acuerdo que permite y avala esta conmemoración “La memoria es un derecho de las comunidades y un deber del Estado, y es fundamental para garantizar la no repetición y la construcción de paz. A continuación, se realizará la lectura del Acuerdo 008 de 2009, a cargo del representante del Consejo Municipal.”
El alcalde de Zambrano, Gabriel Murillo Argel, tomó la palabra para dar la bienvenida y agradeció a los presentes mencionando uno por uno a los invitados y colaboradores que hicieron posible la realización del evento.
A continuación, ofreció unas palabras para las víctimas:
“Hoy estamos reunidos para recordar uno de los sucesos más trágicos de nuestra historia: la masacre de Capaca, ocurrida el 16 de agosto de 1999. Hace 25 años, nuestra comunidad fue golpeada por la violencia y el terror cuando paramilitares del Bloque Montes de María arrebataron la vida de 18 de nuestros seres queridos. Este acto de barbarie no solo dejó un vacío en los corazones de los familiares afectados, sino que también marcó un antes y un después en nuestra comunidad. Hoy, honramos la memoria de aquellos que perdieron la vida y reafirmamos nuestro compromiso con la paz y la justicia. Es fundamental que recordemos estos hechos, no solo para rendir homenaje a las víctimas, sino también para recordar nuestro pasado y construir un futuro donde la violencia no tenga cabida.”
El alcalde también aseguró que la alcaldía está haciendo todo lo posible, junto con los enlaces correspondientes, para ofrecer el acompañamiento idóneo para el retorno de las víctimas a sus tierras, asegurando que este retorno sea productivo para ellos.
Tomó el micrófono el representante de la Gobernación de Bolívar, el Secretario de Paz, Víctimas y Reconciliación, Iván Sanes. Él reconoció y exaltó la resiliencia de las víctimas y los sobrevivientes, e hizo un llamado a continuar trabajando en la construcción de una cultura de paz para asegurar la no repetición.
Recordó que “entre el 25 % y el 30% de la población en Bolívar ha sido golpeada por la violencia,” lo que representa un gran reto para la gobernación. En este sentido, destacó que la administración pública no solo debe honrar la memoria de las víctimas, sino también dignificarlas y trabajar para mejorar la calidad de vida de cada una de ellas.
Uno de los sobrevivientes y representante de las víctimas de la masacre se acerca al atril, el señor Luis España y ofreció un discurso breve pero contundente: “Se le agradece a todas las instituciones que están aquí conmemorando los 25 años. Queremos recordar a aquellos que no están con nosotros, desde la vereda Capaca, Bongal, El Delirio, Campo Alegre, y toda la región de los Montes de María. Queremos la paz y deseamos que la reconciliación llegue con un buen acompañamiento del Estado.”
La violencia inevitablemente ligada a la lucha por la tierra
La coordinadora de la Mesa de Víctimas Municipal, Rosina Martínez Ochoa, ofreció un poderoso discurso en el que nos dió una clase de historia, resaltando lo que fue Zambrano en su mejor momento:
“Buenos días a todos, todas y todes. Quiero darle las gracias a Dios por permitirnos reunirnos aquí para recordar y conmemorar a las víctimas de Capaca, una fecha en la cual la historia de Zambrano se dividió en dos. En su momento de esplendor, el municipio de Zambrano era un lugar próspero, la puerta del desarrollo de la región y de la sabana Sucreña. Por su situación geográfica, nuestro bello municipio fue un puerto importante a orillas del río Magdalena. La mayor fuente de la economía era la pesca, la ganadería y la agricultura, con fines industriales y de exportación. Zambrano tuvo grandes fuentes de economía, abrió las puertas al ganado cebú en nuestro país y se destacó en la ganadería, así como en el cultivo de algodón y tabaco. Fue pionero en telegrafía, con una planta de hielo, una termoeléctrica, una planta eléctrica regional y muchas otras industrias.”
También nos recordó el origen y el desarrollo de los problemas en el municipio:
“En los años 90, con la llegada de empresas multinacionales y grandes inversionistas, se produjo un cambio significativo en el uso del suelo en Zambrano. Este cambio transformó el mapa del municipio, introdujo nuevas formas de vinculación laboral y trajo restricciones para los campesinos, afectando la circulación por caminos reales y veredales, y el uso de pozos e incluso del manglar. Entre 1994 y 1996, comenzaron a surgir asesinatos selectivos, amenazas y muertes de líderes políticos y campesinos. La vida en el campo se mantuvo relativamente estable hasta el fatídico 16 de agosto de 1999, cuando nos despertamos con la terrible noticia de la masacre. Pero la violencia no terminó allí; durante muchos años, continuó de manera sistematizada.”
Estas palabras nos invitan a reflexionar profundamente sobre la relación entre la violencia en los Montes de María y la tierra convertida en propiedad privada. Jaime Santamaría profesor y representante de la Unidad de Restitución de Tierras afirma que: “La violencia aquí no fue gratuita; hay que analizarla en el contexto del problema de la tierra. Esta violencia está ligada a una memoria prolongada desde las luchas campesinas, donde los campesinos se organizaban para recuperar los predios que habían sido arrebatados y ocupados por grandes terratenientes.”
Este es uno de los temas que los sobrevivientes insisten en reclamar a las instituciones y al gobierno actual. La demanda es clara: “Queremos la restitución de tierras, la devolución de las tierras despojadas o abandonadas, y garantías de retorno o reubicación en situaciones de desplazamiento. -23 familias de la vereda La Esperanza sin vivienda-”es lo que se puede leer en uno de los carteles que se alzan durante esta conmemoración.
De hecho, una de las madres sobrevivientes de la masacre compartió su experiencia: “Nos sacaron de allí y solo nos dieron 24 horas para salir. Mientras estábamos buscando refugio, nos enteramos de que nuestra casa y parcela estaban siendo vendidas. Esto ya ha pasado dos veces, y eso me ha impedido retornar.”
A micrófono abierto
Llegó el momento del micrófono abierto y enseguida se vio una mano alzada. Era Soraya Bayuelo, quien ha estado comprometida con la preservación de la memoria histórica de los Montes de María a través del MIM El Mochuelo.
“Primero que todo, buenos días y un abrazo solidario a todos los familiares y a las organizaciones de víctimas de la comunidad de Zambrano. Sabemos que, en algunas investigaciones, el número de víctimas ha variado entre 11, 16 y finalmente 18. Pero es nuestra responsabilidad decir con nombre y apellido quiénes fueron las personas que cayeron en Capaca, en El Delirio, en El Bongal y en Campo Alegre, y en todo Zambrano. Por eso, El mochuelo con su investigación se ha comprometido a no dejar morir la memoria y a honrar cada nombre en su árbol de la vida, sobre todo porque eran jóvenes, casi toda una generación.”
Soraya Bayuelo, también, realizó la entrega simbólica del libro de los y las ausentes, que viaja siempre con El Mochuelo y que contiene los nombres de aquellos que ha dejado el conflicto en los Montes de María, por ahora este libro contiene al menos 3850 nombres. El libro fue entregado al Secretario de Paz, Víctimas y Reconciliación, Iván Sanes, para que se tenga en cuenta a cada uno de ellos y que sus recuerdos sean una semilla que ayude a nutrir y fortalecer la paz en el territorio.
Además, se entregaron tres libros que recopilan y explican toda la razón de ser del Museo Itinerante de la Memoria en los Montes de María, El Mochuelo. Estos libros fueron obsequiados al Secretario Iván Sanes, a la Alcaldía de Zambrano y a la comunidad de Zambrano, así como a las víctimas y sobrevivientes.Foto tomada por: Fabian Alvares
Y, por último, como es costumbre, Soraya entonó una canción, creyendo firmemente que la música actúa como una «curita para el alma». Con voz cargada de emoción, cantó:
“Montes de María es la tierra que nos cría,
Cultiva mi confianza, la semilla es la esperanza.”
La melodía, llena de sentimiento y esperanza, resonó en el ambiente, ofreciendo un consuelo simbólico y un recordatorio de la resiliencia y la esperanza que pervive en la comunidad.
Se vio a una mujer vestida de blanco, con el cabello hermosamente trenzado y piel morena. Con paso firme, caminó al frente y agarró el micrófono:
“Buenos días a todos, gracias por venir y todos los representantes de la Gobernación de Bolívar. Me alegra el acompañamiento que nos están haciendo a todas las víctimas. De una u otra forma, en el municipio de Zambrano todos fuimos víctimas. Puedo hablar por el colectivo de la Cruz Roja. Hace 25 años, siendo una adolescente y una joven activista, lo puedo decir junto al profesor Wilson Cabeza. Hágame el favor, claro que sí, es duro decirlo, pero le doy reconocimiento hoy, después de 25 años.
Señora Lucinda, venga, señora Lucinda.» -Se acercó una mujer mayor, encorvadita por el peso de la edad, pero con pasos fuertes. “Éramos el grupo de socorro de la Cruz Roja. La voz nos llegó a las 4 o 5 de la mañana. Salimos todos para la Cruz Roja, y lo único que se nos vino a la mente fue esta mujer—» señala a Lucinda a su lado—»que era socorrista, que era del equipo de nosotros. El profesor Wilson era el director de la Cruz Roja en esa época, de doctrina y protección, lo que nos costó a nosotros ser víctimas después. Por eso es que nosotros también fuimos víctimas de Capaca. Fuimos a recoger esos muertos y pensábamos solo en Lucinda, llorábamos por Lucinda, porque pensábamos que una de las muertas era ella. El profesor Wilson, junto a un compañero que hoy está en Cartagena, salieron en la ambulancia con varios de ellos, con el señor España, a recoger a sus familias y traerlas aquí, a los que ya tocaba.En cabeza del profesor Wilson que decía: ‘Vamos a tal parte, vamos a tal sitio, vamos a buscar a fulano.’ Había niños llorando en el campo, había mujeres huérfanas, y para nosotros fue un pesar, a través de doctrina y protección, buscamos todo lo necesario para traer a todos esos refugiados, buscar carros, hablar con alcaldes y gobernadores, tocar puertas.
Hoy en día, profe, a usted no se le ha reconocido nada porque nosotros éramos líderes resistentes, y nos atropellaron, y no nos han reconocido. Recuerdo después cuando vimos a los niños caídos con minas antipersonales en Capaca. Y, ¡miercoles!, ¿cómo vamos a recoger? El señor España estaba allá metido, y ya todo el mundo se había ido, y solo quedaba ese campo lleno de monte. Le pido al Estado, hoy, en nombre de todas las víctimas del municipio de Zambrano, Bolívar, que se declare el ordenamiento territorial, señor alcalde, que ya son muchos años, y hay que devolverle la tierra a nuestros campesinos. Hay que devolverles la vida en el campo, porque si hoy les das 100 mil pesos, eso no alcanza ni para 10 minutos, no alcanza ni para una sola comida, no alcanza.
Hoy no es solo recordar; hoy decimos que fueron héroes, porque pusieron su gota de sudor para que todos sobreviviéramos. Los héroes fueron esas víctimas que, lastimosamente, entregaron su alma, su pecho. ¿Y qué pasa? No hay un centro de salud, no hay un centro de educación para secundaria, no hay un centro de reconciliación para todos, donde ellos sigan trabajando con su proceso en Capaca. Lo sé porque a mí me tocó poner el pecho para llevar medicamentos, y la gente me jalaba, me decía: ‘¡Cuidado, cuidado! No vayas a hablar.’ Y el señor España: ‘Relájate, relájate.’ Porque todo el mundo temía por mi vida. Pero yo, aguerridamente, decía: ‘Voy por Capaca.’ Y el señor Wilson me decía: ‘Vamos por Capaca.’Hoy me da alegría, porque todos los que están aquí le han dado nueva vida a Capaca. ¡Gracias! ¡Gracias, miles de gracias! Hoy, 25 años después, volvieron a su territorio, están apropiados de su territorio, ¡es suyo! No se lo dejen quitar jamás. Vuelvan a sus tierras nuevamente, porque ustedes lo merecen. Eso es de ustedes, porque hoy las víctimas piden que se les devuelvan nuevamente sus tierras. Hoy las víctimas piden la reparación, individual, colectiva y familiar, después de tanto tiempo. A mí me dicen que por qué soy tan problemática, pero es que yo pido la verdad y los derechos humanos. Y aquellas mujeres que han sido víctimas de abuso sexual y de secuestro, por favor hablen. Que la JEP, señora Soraya, este documento se va para la JEP. Señor alcalde, este documento hay que llevarlo a la JEP. Porque no solo fueron 8, ni 10, ni 20; fueron más de 100 víctimas en el territorio completo, zona rural. Y todavía hay desaparecidos. Hay niños desaparecidos, hay jóvenes desaparecidos, y hoy hay mujeres desaparecidas aún. Entiendo que no han hablado por temor, pero hay que trabajar esa parte social en nuestro territorio.
Hoy les dedico una oración a todas esas víctimas. ¡Gracias, gracias! Porque nos lo han dado todo. A pesar de que ya no están, siempre han estado con nosotros en nuestra memoria. A ustedes, sigan trabajando, sigan luchando, porque el territorio es de ustedes. Hagan que Capaca vuelva a crecer, porque sin la zona rural, Zambrano no es nada. ¡Zambrano es la zona rural! ¡Muchas gracias!”
Mientras esta mujer, que no mencionó su nombre, pronunciaba esas poderosas palabras, se oían narices sorbiendo. Los hombres contenían las lágrimas, y las mujeres sostenían pañuelos en sus manos y al terminar se escucharon los aplausos
Los jóvenes y los niños como guardianes de la memoria
La juventud y la infancia también tuvieron su momento en este evento, gracias al Colegio Erasmo Donado Llanos. Los jóvenes de esta institución presentaron tres actos en honor a las víctimas de Capaca. Un acto simbólico llamado «La educación abraza a las víctimas». El profesor Wilson destacó que, desde el año 2000, la institución ha apostado por la construcción de memoria y paz, en el marco de su programa de educación para la paz, el cual se ha implementado como política pública en el currículo de la institución. Una de sus estrategias es precisamente «La educación abraza la paz».
“Hoy, en la conmemoración de estos 25 años de la masacre, que en su momento no fue tan visibilizada por los medios de comunicación, queremos mostrarles desde la academia tres actos simbólicos. El primero tiene que ver con una tamborada; son niños que hacen parte de la banda de paz, y el elemento esencial de la simbología es el tambor. El segundo es una presentación simbólica, donde ellos tienen al frente unos ladrillos que representan a cada una de las personas que fueron asesinadas. Quiero resaltar que fueron 18, pero que se debe hacer otra clase de investigación porque, oficialmente, aparece a nivel nacional y en el acuerdo solo aparecen 11. Quiero aprovechar para hablar de ese tema, porque no estamos diciendo la verdad, tal vez por alguna equivocación de la época. Entonces, los invito a que se reconstruya la investigación, porque son 18 según la historia. El último acto son unas carteleras hechas por los estudiantes desde la estrategia «La educación abraza a las víctimas». Quiero decirles que, para nosotros, este espacio es muy importante, porque estos actos son el resultado de un proceso de reconstrucción del tejido social” presentó el profesor Wilson.
Por problemas técnicos, lo que debió ser el primer acto se convirtió en el último. Sin embargo, la conmemoración siguió adelante, y los jóvenes lo manejaron con admirable destreza.
El segundo acto estuvo marcado por el sonido de una guitarra, tocada por un joven de noveno grado, quien es cantautor y compuso una canción especialmente para este acto simbólico llamada “ por la paz”. Lo acompañaron los mellitos, que ayudaron a cantar la letra en las notas altas. Mientras la melodía resonaba en toda la cancha, las voces entonaban:
«Hablemos de los problemas que hay, dejemos atrás la indiferencia. Olvidemos todos esos problemas y digamos sí a la paz. Miremos todas esas familias desamparadas, sin amor; demostremosles cariño, démosles amor. Digamos sí a la paz, por favor, sí a la paz. Digamos sí a la paz, por favor, sí a la paz.»
Mientras la canción sonaba, con algunos problemas de audio, 18 estudiantes caminaban lentamente, cada uno sosteniendo una hoja con el nombre de una víctima. Colocaron esas hojas sobre los ladrillos pintados de azul, color que simboliza la esperanza. Luego, encendieron velas junto a cada nombre, los nombres de aquellos que ya no están, pero que hoy se recuerdan.
Los mensajes, por sí solos, hablaban. En el tercer acto, los jóvenes caminaron al frente con carteles llenos de color, pero sobre todo, de esperanza. Cada paso resonaba como un eco en la cancha, mientras sostenían en alto sus creaciones. Uno de los carteles, decorado con manos en amarillo, azul y rojo, proclamaba con firmeza: «Que no exista más violencia, vivamos la paz». Una frase simple, pero poderosa.
Otro cartel, quizá más sutil pero no menos impactante, mostraba un corazón rodeado por unos brazos. Era como si ese dibujo quisiera decir que, en medio de tanto dolor, el afecto y la unidad eran los puentes hacia la sanación.
Finalmente, un tercer cartel resaltaba entre los demás. Las frases «La educación abraza a la paz» y «Con las víctimas del conflicto» emergen como un compromiso ineludible de la comunidad educativa. No solo se trataba de recordar a las víctimas, sino de abrazarlas desde la memoria colectiva, desde la promesa de un futuro donde la paz no sea un concepto lejano, sino una realidad cotidiana.
Y por último, aunque debió ser el primer acto, resonaron las trompetas. Un sonido potente que marcaba el inicio de lo que sería una tamborada memorable. Los tambores siguieron el compás, acompañados por el estruendo de los platillos. Los jóvenes en formación, comenzaron su actuación: tambores al frente, platillos en el centro, trompetas al fondo y bombos a los lados. Era un espectáculo que atrapaba a todos, pero lo que más impresionaba no era la música en sí, sino quiénes la tocaban. Eran niños, pero que ejecutaban cada golpe con precisión.
Uno de ellos destacaba. Su oído parecía tan agudo que cuando algún compañero se desviaba del ritmo, él lo corregía sin dudar. Detenía su propio tambor por un instante, le mostraba el compás correcto, y el otro niño volvía a integrarse a la melodía sin perder el paso. Esa habilidad, en alguien tan joven, es un testimonio vivo del poder de la música y de la dedicación que habían puesto en ese acto.
Cuando llegó el momento final, aquel niño, líder silencioso de la tamborada, se dio la vuelta y señaló el cierre. Un gesto sutil que fue seguido por un silencio expectante, roto finalmente por el aplauso de los espectadores. En ese instante, no solo aplaudían la actuación, sino también la fuerza y el talento de una nueva generación que, con cada golpe de tambor, declaraba su derecho a la paz y a la vida.
Estos actos, sin embargo, trascienden más allá de los carteles, de las velas y los colores. Su significado profundo radicaba en que la mayoría de las víctimas de la masacre eran jóvenes. «Aquí asesinaron a casi toda una generación,» nos comentó luego uno de los asistentes, recordando con tristeza cómo la violencia se llevó por delante a quienes representaban el futuro de la comunidad. En ese contexto, ver a estos jóvenes alzando sus mensajes de paz y esperanza, se convertía en un acto de resistencia, de resurgimiento. Era una declaración de que la vida, pese a todo, continúa, y que ellos están aquí para construir lo que otros a lamentablemente no se les permitió.
Cada cartel, cada palabra, cada vela, cada melodía, era un grito silencioso pero firme. Un llamado a la reflexión y una promesa de que la violencia no volverá a tener lugar. Este acto, tan lleno de simbolismo y creatividad, se erige como un testimonio del poder transformador de la educación y de la importancia de mantener viva la memoria.
«A continuación,» anuncia el presentador, «vamos a presenciar el acto simbólico de las mujeres de la Asociación ASOMUZA.»
Desde atrás del mochuelo, los tambores de los jóvenes resonaron de nuevo, marcando el regreso de un momento cargado de simbolismo. A un lado, un grupo de niñas vestidas de blanco, con una flor blanca en las manos, acompañaba a seis mujeres que portaban velos de diferentes colores: negro, blanco, morado, rojo y verde. Estas mujeres avanzaron lentamente, rodeando la mesa de invitados, desfilando hasta el atril.
De repente, una de las mujeres, con un grito que se asemejaba a un lamento profundo, sorprendió a todos. Se acercó al micrófono, retiró su velo negro, y reveló un rostro marcado por el tiempo: amable, con ojos claros detras de unos lentes y cabello canoso. Su voz, cargada de emoción, resonó con fuerza:
«La guerra nos separó, pero hoy el perdón nos une. Este velo negro, ayúdenos a cargarlo. Ayúdenos a cargar este dolor que hemos llevado durante tanto tiempo. Ya no podemos más. Cambiamos la vida por la muerte. Cambiamos la vida por la muerte; qué horrible suena, ¿verdad? Pero esa es la realidad. Nosotras, madres de Zambrano, de Bolívar, estamos consternadas en el dolor ante la barbarie, ante la arrogancia de quienes portan las armas y trafican con la libertad y la dignidad de las personas. Ante la desaparición de nuestros hijos e hijas, ante la pérdida despiadada, hemos decidido dar un paso más allá de la denuncia y la búsqueda. Como portadoras de vida, salimos en defensa de la vida, como víctimas y como madres. Hace tiempo rompimos el silencio y salimos a las calles para hacer público nuestro inmenso dolor de no poder mirar los ojos de nuestros hijos e hijas. La denuncia y la búsqueda de nuestros seres queridos nos han llevado a acudir a las fuerzas simbólicas de la representación. Por eso, durante estos últimos años, decidimos trascender los atrios de las iglesias: San Sebastián, La Candelaria, Plato, El Carmen de Bolívar, y la Virgen de La Candelaria en Medellín. A través de la Ruta Pacífica, hemos viajado por todos los pueblos y ciudades, buscando a otras mujeres, recorriendo gran parte de la Colombia que tanto amamos.» se detuvo un momento para ver a los presentes y continuó “No queremos excluir a nadie; por el contrario, buscamos una fuerza vital con un valor simbólico que contenga la fuerza de las madres para terminar la guerra.”
Señalando el velo que portaba su compañera “¡Miren cómo está ese velo!” La mujer que llevaba el velo rojo lo movía de arriba a abajo. “Eso es sangre que no solo corrió en Capaca, sino también en Zambrano, Bolívar, donde fueron más de 100. En esos momentos, las mujeres sufrimos, pero lo hacíamos en silencio, por el temor, el miedo y el dolor. El señalamiento de los mismos zambraneros condenó a muchos a una muerte inocente. Hoy, 16 de agosto, se cumplen 25 años. Yo, esta mujer lideresa desde hace mucho tiempo, he aprendido a caminar en medio del dolor y a pisarlo. No soy solo una líder aquí; soy líder de las lideresas. Zambrano necesita mujeres que trabajen por la paz, para caminar por este territorio que tanto nos marcó, y es que estamos marcadas,sacerdote, estamos marcadas, tenemos las secuelas vivas por dentro, aunque no lloran. Por eso vengo con velo negro, porque el dolor es mucho; con velo morado, por mi duelo; con velo verde, porque anhelo la prosperidad; y con velo blanco, que tanto amamos, pero un blanco que sea puro, intachable e inmanchaable, como queremos a la paz, a Colombia y a este pueblo que tanto lo necesita.”
Terminó su discurso y comenzó a cantar, con una voz melancólica, ronca, pero dulce, una voz que se nota que ha caminado mucho, que ha trajinado mucho y que busca descanso en los oídos de otros, para sentir paz:
«A veces son tan duras las pruebas de esta vida, que pienso, por momentos, que sería mejor morir. Pero recapacito y me doy cuenta de que ando por un desierto, y que en cada momento debo seguir, sea poco o sea mucho. El camino que me falta, yo seguiré adelante hasta que, un día triunfante, esté allí frente a ti. Llevo la esperanza de que, al final de mi carrera, veré tu rostro santo, y enjugarás mi llanto; ya no habrá más sufrir.»
Un diálogo con la música
Luego de todos los actos, palabras, simbolismos, canciones, conmemoraciones, oraciones y llamados a la paz, la Universidad de Bellas Artes y Ciencias de Bolívar, representada por el cuarteto Unibac, nos deleitó a los presentes con tres piezas de su repertorio con trompeta, bombardino, trombón y corno entonaron lo me pareció un pasodoble y una marcha.
También nos acompañó el ensamble del proyecto del Segundo Encuentro de Trompetistas, «Un Si Bemol por Bolívar», en el que se resaltó la participación de los integrantes de los semilleros del municipio de San Juan, así como de la Escuela de Música de la Casa de la Cultura de Zambrano y del semillero de Unibac de Cartagena. Todos ellos estuvieron dirigidos por el maestro «Rafarere» , como nos dijo de manera jocosa uno de los músicos que integraban el grupo, pero realmente el director se llama Rafael Oyaga.
Estos instrumentos de viento nos deleitaron con música que los zambraneros, y cualquier montemariano, hubieran reconocido así estuviera a diez cuadras, incluso con problemas de oído, especialmente los más viejos. Sonó el porro titulado “Roberto Ruiz”, una melodía que, según me contó la seño Beatri, se tocaba en cuanta fiesta había cuando ella era pequeña. Música típica de la región, que dio un poco de alegría en medio del dolor.
El maestro tomó el micrófono y anunció: «Vamos a interpretar una obra mía que hace alusión a todo lo que pasó «. Se trataba de un porro con un toque de danzón titulado “Resiliencia”, en el que, según explicó, la trompeta es la protagonista. A través de su sonido, se entona un lamento que me hizo pensar que a pesar del llanto y el dolor, podemos seguir adelante. Así como esta trompeta sigue tocando su melodía en medio de su dolor, nosotros también podemos continuar tocando la melodía de nuestra vida. Y, como dijo también la señora Beatriz, «el porro es un diálogo», y hoy estos talentosos músicos sostuvieron el diálogo más hermoso que he escuchado.
En el corazón de El Mochuelo
Luego de estas excelentes muestras de talento, los sobrevivientes retomaron sus carteles y las fotos de sus seres queridos, recorriendo con ellos el Mochuelo, donde se detuvieron especialmente en el centro. Aquí es donde se encuentra el árbol de la vida.
Soraya Bayuelo les da la bienvenida al corazón de el mochuelo “Hoy, el Mochuelo recibe a las familias de los sobrevivientes para darles un abrazo y reconocer a estos compañeros, que hoy son semillas de memoria para el territorio. Estos miles de hombres, mujeres, niños y niñas, no solo en Zambrano, sino en todo Montes de María, conformado por Bolívar y Sucre, encuentran en el Mochuelo un compromiso con la verdad”.
Por ello, Soraya también hace la aclaración: “El Centro Nacional de Memoria Histórica dice que fueron 56 masacres en los Montes de María, pero el Mochuelo investigó durante al menos 15 años. Muchos sobrevivientes narraron lo que deseaban poner en lo público, y se llegó a la cifra, pero la de 105 masacres en todo el territorio montemariano».
También nos recordó que “El Mochuelo reconoce que la memoria es importante, y que ellos siguen vivos porque los colocamos aquí. Ellos morirán el día que dejemos de nombrarlos. La guerra no sirve para nada; es una vergüenza pública”.
Luego, Soraya solicitó al padre una oración en conmemoración a las víctimas para cerrar esta parte de la ceremonia. El padre se colocó al frente para comenzar la oración mientras una de las niñas colocaba unas flores blancas en el árbol.
«La muerte no destruye el amor. Nosotros no dejamos de amar a nuestros seres queridos aunque hayan muerto. Por eso, vamos a hacer una oración para que nuestro Señor reciba el alma de nuestros seres queridos, y que brille para ellos la luz que no se apaga, la luz eterna y la luz infinita. Que Dios les conceda el descanso de la eternidad», fueron las palabras que ofreció el padre como cierre de esta maravillosa conmemoración.
Cuando todo estaba por terminar, el señor España le dijo a la señora Soraya que quería tomarse una foto con su hijo, señalando al árbol. La señora Soraya le respondió que sí, que podía tomarse la foto porque «este museo es de él y de todos». Así que el señor España tomó la foto de su hijo y posó frente al Árbol de la Vida, con el rostro serio, los ojos tristes, pero con el alma, seguramente, satisfecha.
Luego de toda esta jornada, se reunieron en el Centro del Adulto Mayor de Zambrano. Allí recibieron a todos en un salón frío por el aire acondicionado y con un tinto. Una vez todos estuvieron acomodados en las mesas largas, se sirvió el almuerzo a los presentes, pues esta conmemoración tomó casi todo el día. Sin embargo, no terminaría ahí. La Alcaldía, en una muestra de respeto y admiración por la resiliencia de estos sobrevivientes, ofreció una estatuilla dorada con la forma de un árbol, el árbol que simboliza la vida y nos recordará por un largo tiempo esta exitosa conmemoración.
Un dolor transformado en memoria
Luego de terminar su almuerzo, reposar y charlar un rato entre vecinos y amigos, los sobrevivientes se encontraron de nuevo en el museo El Mochuelo. Este recibiría y reconocería a sus seres queridos como víctimas del conflicto en los Montes de María. Los acogió en el Árbol de la Vida, el árbol de la Memoria que los convertirá en semillas, los resguardará en su nido y los llevará con él por todo los Montes de María en sus vuelos, cantando su historia y su memoria, para asegurarse de que nunca mueran. El Mochuelo seguirá con ellos, los nombrará con nombre y apellido, y mencionará la tierra que los vio nacer y, lamentablemente, también partir.
Van entrando de nuevo al nido de El Mochuelo, se colocan en círculo para verse las caras y tomarse de las manos. Se entregó a cada familiar una hoja con el nombre, apellido y lugar de origen de cada víctima. Se prendieron velas en su nombre y luego se presentó a cada víctima al Mochuelo.
Lader de Jesús España Álvarez: “¡Presente, presente, presente!” decían todos al unísono.
Edilberto Manuel Ochoa Ochoa: “¡Presente, presente, presente!”
Jesús David Oviedo González: “¡Presente, presente, presente!”
Deivis Alfonso Martínez Garrido: “¡Presente, presente, presente!”
Ricardo Manuel Bolaños Causado: “¡Presente, presente, presente!”
Marines María Bolaños Causado: “¡Presente, presente, presente!”
Soraya Paola Arrieta Rivera: “¡Presente, presente, presente!”
José Aristides De la Hoz Payares: “¡Presente, presente, presente!”
Daniel de Jesús Arrieta Castro: “¡Presente, presente, presente!”
Soraya Arrieta Castro: “¡Presente, presente, presente!”
Elías Novoa: “¡Presente, presente, presente!”
Liborio Manuel Arrieta Ospino: “¡Presente, presente, presente!”
Judith del Carmen Bolaños Causado: “¡Presente, presente, presente!”
Luego entramos a El mochuelo y con cuidado se fueron colgando las nuevas hojas que recordarán, de hoy en adelante, en el follaje del árbol de la vida los nombres de los ausentes presentes de Zambrano Bolívar.
Hoy los zambraneros contienen su dolor y lo transforman en memoria, memoria que no permite morir por completo a sus seres queridos. Por eso, ellos aprendieron a decirles los ausentes presentes, porque no están físicamente, pero están en sus mentes y corazones.
1 Comment
Es increíble como se percibe cada sentimiento y cada momento; más allá de las fotos, que muestran momentos únicos, es la manera de describir y narrar una historia que parece de terror con un final lleno de aprendizajes y resilencia…que manera de mostrar lo que para la mayoría es oculto.
Gracias